Iba yo sentado en el tren cuando un grupo de hinchas del fútbol entró en tropel. Acababan de salir del partido ‒era evidente que su equipo había ganado‒ y ocuparon los asientos libres que había a mi alrededor. Uno de ellos cogió un periódico que alguien había dejado y empezó a soltar risitas burlonas mientras leía los últimos “hechos alternativos” difundidos por Donald Trump.
Los demás se apresuraron a contribuir con sus ideas acerca de la afición del presidente a las teorías de la conspiración. La conversación no tardó en poner rumbo a otras conspiraciones y yo disfruté escuchando disimuladamente mientras el grupo se mofaba sin piedad de los seguidores de la teoría de la tierra plana y de la última idea de Gwineth Paltrow, y remedaba los chistes en Internet sobre las estelas químicas.