Cambiar de opinión no está bien visto. Sólo hay que pensar en cómo se rescatan artículos de juventud de políticos para dejarles en evidencia o cómo se recuerda, por ejemplo, que determinados periodistas conservadores fueron de extrema izquierda cuando estudiaban en la universidad. Por eso no nos extraña el consejo del escritor valenciano Joan Fuster: “Reivindica siempre el derecho a cambiar de opinión, es lo primero que te negarán tus enemigos”.
Cuando alguien cambia de idea, lo vemos como una falta de coherencia, en lugar de como un ejercicio de rigor. Y si somos nosotros los que modificamos nuestro punto de vista, lo vemos como una rendición, como si finalmente y tras decenas de conversaciones sobre el tema, nos viéramos obligados a admitir nuestra derrota.