Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) se presentan como la piedra de toque de la revolución educativa. Aún cuando hay investigadores que piensan que se ha sobre valorado su importancia por presiones e intereses empresariales, una gran mayoría de docentes consideran que las TIC representan una palanca para el cambio.
Tardaron en integrarse en el entorno docente y lo hicieron sin un proyecto pedagógico que estructurara el proceso. Se puso “el carro delante de los bueyes” y se llenaron de aparatos los centros escolares sin ofrecer al profesorado una formación específica, una asesoría técnica y unas directrices claras. Hoy muchos de esos aparatos se han quedado obsoletos sin apenas uso, como ya ocurrió anteriormente con otras tecnologías: televisiones y vídeo-reproductores.
Un profesor de secundaria me contaba recientemente que había encontrado en un almacén de su instituto numerosas cajas sin abrir con cintas de vídeo de los años 80. No recuerdo en mi adolescencia, más de dos o tres ocasiones en las que el profesor trajera el vídeo a clase.
Las TIC están presentes en el contexto educativo pero poco integradas en la práctica docente. La mayoría de profesores las utilizan para realizar tareas administrativas; algunos preparan sus clases haciendo uso de diversos recursos multimedia que encuentran en Internet; pero muy pocos las promueven como herramientas de aprendizaje entre sus alumnos, y menos aún los que elaboran sus propios contenidos.
Numerosas investigaciones evidencian una carencia de conocimientos técno-didácticos, una falta de motivación o una clara desafección de los docentes hacia las TIC – cuando no una abierta tecnofobia. Los agentes innovadores no están suficientemente arropados por el sistema educativo y se enfrentan a diversas barreras culturales que dificultan su integración curricular.
Un estudio reciente de la Universidad de Valencia (Feixas, Martínez, Pallás y Quesada-Pallarés, 2016) sobre los factores que condicionan la innovación docente basado en la percepción de los profesores, concluye que hay dos factores externos a la práctica docente sobre los que hay que intervenir para mejorar el impacto de la innovación en educación.